domingo, 30 de junio de 2013

Envidia




El Bosco - Envidia

La envidia es la pena ante el bien ajeno. O sea, algo horrible para el que siente envidia. Que uno se alegre por la dicha ajena es extraordinario, que sepa reconocer los méritos de los demás es de lo más saludable, pero que se apene cuando los otros son dichosos, les van bien las cosas, eso es además de mezquino, pantanoso, cenagoso, insalubre...
 El Bosco ilustra la envidia con un burgués que trata de seducir a la mujer de otro y un mercader que mira a un joven noble que pasea con el halcón en el puño. Seducir a la mujer de otro, mirar al joven noble, ¿pero qué hacen estos personajes? Están pendientes de otros, están fastidiados porque no tienen lo que tienen otros.
Eso le pasa al envidioso, nunca está pendiente de su vida, está pendiente de lo que tienen o no tienen los demás, es el ser más desgraciado que existe. Casi más que un pecado o un defecto es una infelicidad.
La envidia se relaciona con el rencor, ese gusano en la conciencia del que hablaba NIetzsche, esa autodestrucción de uno mismo. Porque si tuviera vitalidad y aprendiera a vivir su vida, dejaría de ser envidioso y rencoroso.
Muchas veces decimos: qué envidia me das, pero envidia sana. No existe la envidia sana. Como decía Borges: "El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen que es envidiable". Y es que la envidia es siempre una desgracia. Cuando decimos eso de la envidia sana, tendríamos que usar otras palabras, porque o es envidia o no es envidia, pero es imposible que sea envidia sana.
Contra el vicio de la envidia, el cristianismo propone la virtud de la caridad. Ya he hablado de este tema en otro post dedicado exclusivamente a la caridad y con ese mismo título. Si la caridad es la especie de limosna lastimera que se da, pues no. Si entendemos por caridad lo que debe entenderse, amor al prójimo, entonces sí que es el mejor antídoto, remedio de la ponzoñosa envidia. La caridad limpia y da esplendor.

domingo, 16 de junio de 2013

Pereza




El Bosco - Pereza


El Bosco ilustró la pereza con la imagen de un eclesiástico que duerme junto a la chimenea, mientras la fe acude en sueños a recordarle sus deberes. En sueños, así vive el perezoso. Como decía Goethe: "Los perezosos siempre hablan de lo que piensan hacer, de lo que harán; los que de verdad hacen algo no tienen tiempo de hablar ni de lo que hacen".
Un reproche que se hace mucha gente cuando llega a las postrimerías de su vida es sobre el tiempo perdido, ese que nunca más va a poder recobrarse, lo que podrían haber hecho y no lo han hecho, el tiempo de la indolencia, cuando lo creían infinito.
La pereza asesina la voluntad, el tiempo, la vida...El perezoso no está nunca satisfecho consigo mismo, no hace lo que tendría que hacer con los demás y mucho menos consigo mismo, dilapida su vida. Claro que habría que descartar una enfermedad o una depresión, entonces ya no podría considerarse pereza. Cuando se ha descartado. lo que queda es pereza. Se considera un vicio que genera otros muchos vicios.
El perezoso es mediocre porque no ha conseguido dirigir su vida, enriquecerse, crecer. No ha podido o querido hacer aquellas cosas que le hubieran podido proporcionar una vida más plena y satisfactoria.
Contra la pereza está la virtud de la diligencia: acción, productividad frente a la pasividad. Vencer la pereza y dirigir la propia vida en contra del deseo indolente de la postración. El diligente es más culto, más vital. Pero no confundir la diligencia con la hiperactividad. Esta también es un defecto: hay personas que no pueden parar, que tienen que estar siempre haciendo algo de una forma neurótica, de aquí para allá, completamente perdidos tanto o más que el perezoso, porque hacen un derroche de energía in vacuo, que no lleva a ninguna parte.
De modo que pereza no, hay que vencerla y se puede. Pero tampoco el extravío en actividades constantes e innecesarias. Son dos defectos a vencer y se puede, claro que sí.


miércoles, 5 de junio de 2013

Ira



El Bosco - Ira

La ilustración del Bosco representa la ira con una pelea de dos campesinos que se están dando una buena tunda, mientras que una mujer trata de aplacarlos.
La ira es devastadora, nos convierte en seres destructivos de cuanto nos rodea y de nosotros mismos. Es una especie de caballo de Atila, aunque depende en mucho del grado y la intensidad.
En una pequeña medida, se puede hablar de una ira buena. Nos permite defendernos y rebelarnos ante la injusticia. Hasta Jesucristo la sintió cuando arrojó a los mercaderes del templo. Sin embargo, cuando nos ciega, cuando se convierte en un hábito y está totalmente descontrolada, entonces se convierte en un pecado o en un vicio.
En Occidente, concretamente en el cristianismo, la ira es entendida como "un apetito desordenado de venganza".
¿Cómo hay gente aparentemente tranquila que de repente se revelan como extremadamente crueles y asesinos? Probablemente porque han ido acumulando ira sobre ellos mismos a lo largo del tiempo hasta que finalmente les estalla en las manos y la vierten sobre los demás.
Sin ser asesinos en serie o algo así, a la mayoría nos pasa algo parecido, solo que en plan más modesto. Acumulamos rabia y no sabemos quitárnosla de encima y, en un momento determinado y por cualquier chorrada, le damos un destino equivocado, se la damos al prójimo, a quien le suele pasar lo mismo.
En el Oriente, concretamente en el budismo, la ira es considerada como uno de los Tres Venenos:

La ira
El apego o deseo
La ignorancia.

De cada uno se desprenden otros vicios, en el caso de la ira:
 -Cólera
 - Resentimiento
 - Rencor
 - Envidia/celos
 - Crueldad

O sea que nada bueno, todo destructivo. El problema que se plantea es ¿qué hacer con la ira? Unos dicen que controlarla y otros que suprimirla (¿reprimirla?).
Desde luego el control es mejor que nada. En el cristianismo se recomienda la virtud de la paciencia. Eso de contar hasta 10 antes de tirarse a degüello, o hasta 100, 1000 o lo que haga falta, parece buena cosa para remediar el ímpetu y tener la dosis mínima de ira bien temperada. Como decía Santa Teresa, en plan estoico:

Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa, 
Dios no se muda,
la paciencia 
todo lo alcanza.

Con creencias religiosas o simplemente estoicas, parece buena recomendación. Aunque también la paciencia tiene sus límites.