De todas las cosas del mundo, unas dependen de nosotros y otras no. Las que dependen son nuestras opiniones, nuestros movimientos, nuestros deseos, nuestras inclinaciones, nuestras aversiones; en una palabra, todas nuestras acciones. Las que no dependen de nosotros son el cuerpo, los bienes, la reputación, las dignidades; en una palabra, todas las cosas que no forman parte del número de nuestras acciones.
Las cosas que dependen de nosotros son libres por naturaleza, nada puede detenerlas ni estorbarlas; y las que no dependen son débiles, esclavas, dependientes, sujetas a mil inconvenientes, y enteramente extrañas a nosotros.
Acuérdate, pues, de que si tomas por libres las cosas que por su naturaleza son esclavas, y tienes por propias las que dependen de otro, encontrarás obstáculos por doquier, te verás afligido, turbado, y te quejarás de los dioses y de los hombres. Mientras que, si por el contrario, tomas por tuyo lo que te pertenece propiamente, y por extraño lo que es de otro, nadie te forzará jamás a hacer lo que tú no quieras, ni te impedirá hacer lo que quieres; no tendrás que quejarte de nadie; no acusarás a nadie; no harás nada, ni la más pequeña cosa, contra tu voluntad; nadie te hará mal alguno y no tendrás enemigos, porque no te ocurrirá nada que te sea dañino.
Epicteto, Enquiridion.
Era una bochornosa tarde de agosto en la ciudad de Nueva York, uno de esos días asfixiantes que hacen que la gente se sienta nerviosa y malhumorada. En el camino de regreso a mi hotel, tomé un autobús en la avenida Madison y, apenas subí al vehículo, me impresionó la cálida bienvenida del conductor, un hombre de raza negra de mediana edad en cuyo rostro se esbozaba una sonrisa entusiasta, que me obsequió con un amistoso "¡Hola! ¿Cómo está?", un saludo con el que recibía a todos los viajeros que subían al autobús mientras éste iba serpenteando entre el denso tráfico de la ciudad. Pero, aunque todos los pasajeros eran recibidos con idéntica amabilidad, el sofocante clima del día parecía afectarles hasta el punto de que muy pocos le devolvían el saludo.
No obstante, a medida que el autobús reptaba pesadamente a través del laberinto urbano, iba teniendo lugar una lenta y mágica transformación. El conductor inició, en voz alta, un diálogo consigo mismo, dirigido a todos los viajeros, en el que iba comentando generosamente las escenas que desfilaban ante nuestros ojos: rebajas en esos grandes almacenes, una hermosa exposición en aquel museo y qué decir de la película recién estrenada en el cine de la manzana siguiente. La evidente satisfacción que le producía hablarnos de las múltiples alternativas que ofrecía la ciudad era contagiosa, y cada vez que un pasajero llegaba al final de su trayecto y descendía del vehículo, parecía haberse sacudido de encima el halo de irritación con el que subiera y, cuando el conductor lo despedía con un "¡Hasta la vista! ¡Que tenga un buen día!", todos respondían con una abierta sonrisa.
Daniel Goleman: Inteligencia emocional.
Mas antes que todo, no te olvides de quitar a las cosas tropel y polvareda y de ver en cada cosa lo que haya: entonces sabrás que en ellas nada hay temible, sino el temor. Aquello que ves que pasa a los niños, nos acontece también a nosotros, que somos niños adultos; ellos, a las personas que aman, a cuyo trato están habituados, con quienes juegan, si los ven con máscara, se espantan; no tan sólo a los hombres, sino también a las cosas, hay que quitarles el disfraz y devolverles su rostro natural. ¿Por qué me muestras las espadas y el fuego y la cáfila de sayones bramando a tu derredor? Quita allá este espantajo debajo del cual te enmascaras y aterrorizas a los necios: te conozco, eres la muerte, que hace poco menospreció mi esclavo, mi doncella. ¿Por qué despliegas de nuevo ante mi vista el ostentoso aparato de azotes y de ecúleos? ¿Por qué me enseñas los instrumentos de tortura adaptados a cada uno de los miembros y mil otras máquinas de descarnar al hombre poquito a poco? Retira estos adminículos que nos espantan; manda que callen los gemidos y los ayes alaridos de tortura arrancados por los suplicios; te conozco también; tú eres el dolor que desprecia aquel gotoso, que aguanta aquel dispéptico aun en medio de sus delicias que aquella tierna doncella soporta en el parto. Llevadero eres si te puedo sufrir; breve eres, si sufrir no te puedo.
Séneca, Cartas a Lucilio.
- No -dijo el principito-.
Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"?
-
Es una cosa demasiado olvidada -dijo el zorro-. Significa "crear lazos".
- ¿Crear lazos?
- Sí -dijo el zorro-. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...
... Si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá, los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo...
... (el zorro le pide que lo domestique)
- Qué hay que hacer? -dijo el principito.
- Hay que ser muy paciente -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca...
Antoine de Saint-Exupéry: El principito.
El libro es denso y sería imposible abarcarlo todo. Creo que es recomendable leerlo una y otra vez, subrayarlo, escribir notas a pie de página...
Fromm sostiene la dificultad del hombre para amar en el seno de una sociedad capitalista, cada vez más deshumanizada. Ha teorizado, hace falta teoría para cualquier arte. Pero tanto o más necesaria es la práctica. El arte de amar necesita de la práctica, de los requisitos necesarios para cualquier práctica, comunes a todas las artes, y las suyas más propias y específicas.
Para cualquier arte hace falta disciplina, concentración, paciencia y preocupación.
Nada se hace sin disciplina. El que quiere ser pianista necesita muchas horas y dedicación. Más que de disciplina, habría que hablar de autodisciplina. Debe ser bueno y agradable porque significa que uno es capaz de hacer lo que realmente quiere y no estar a merced de las circunstancias. Da algunos consejos sobre cómo practicar la disciplina: levantarse a una hora regular, dedicar todos los días tiempo a la lectura, a pasear, a escuchar música, evitar actividades escapistas, no comer ni beber demasiado.
La concentración es también indispensable. Estamos dispuestos a "tragarnos" cualquier cosa porque tenemos serias dificultades para estar a solas con nosotros mismos. Puede ejercitarse esta capacidad, aprender a estar a solas con nosotros mismos, vivir el presente, el aquí y ahora. "La capacidad de estar solo es la condición indispensable para la capacidad de amar". Es más difícil practicar la concentración. Recomienda algunos ejercicios como: "sentarse en una posición relajada, cerrar los ojos y tratar de ver una pantalla blanca frente a los ojos, tratando de alejar todas las imágenes y pensamientos que interfieran; luego intentar seguir la propia respiración; no pensar en ella, ni forzarla, sino seguirla -y, al hacerlo, percibirla-; tratar además de lograr una sensación de "yo" como centro de mis poderes, como creador de mi mundo". Este ejercicio recomienda realizarlo todas las mañanas al levantarse y por la noche al acostarse.
Además hay que aprender a concentrarse en todo o que se hace, evitar las conversaciones triviales, aprender a escuchar... Es decir, que hace falta paciencia.
Hay otros requisitos específicos del amor, como la superación del propio narcisismo. El narcisista no puede ser objetivo, es incapaz de ver la realidad y a los demás tal y como son.
En fin, también hace falta fe en los demás y en la humanidad. "Tener fe requiere coraje, la capacidad de correr un riesgo, la disposición a aceptar incluso el dolor y la desilusión".
Como puede verse, del amor, tal y como Fromm lo entiende, poco sabemos. Hay mucho que aprender, mucho esfuerzo que hacer si de verdad queremos amar.