Rafael: Aristóteles |
Aún no tengo demasiado claro de qué va este blog. De la vida, de su brevedad, del intento de vivirla lo mejor posible.
Todos queremos ser felices, decía Aristóteles. Seguramente tenía razón pero la cuestión está en averiguar qué es lo que nos hace vivir bien y ser felices. Un intento que ya se prevé algo frustrado porque todos aspiramos a la felicidad pero no sabemos qué es y, sea lo que sea, sí sabemos que nunca podremos alcanzarla, por lo menos del todo. Si acaso, podremos contentarnos con momentos felices.
Aristóteles consideraba que la felicidad debería consistir en realizar algún tipo de actividad que fuera específica del ser humano, que ser feliz para el hombre no tendría que ser lo mismo que serlo para los hermanos animalitos. Si lo que nos diferencia es la razón, ser feliz sería realizar alguna actividad según la razón, es decir, una vida dedicada a la actividad intelectual. Sería altamente deseable si no tuviéramos miles de necesidades que nos lo impidieran, necesidades materiales y si pudiéramos permanecer indiferentes ante los problemas ajenos y buscarnos nuestra isla desierta o la torre de marfil, algo que nos convertiría en unos monstruitos.
Si la felicidad como ideal no puede ser, hay otra idea de felicidad, dice Aristóteles. Se trata de la vida buena, la vida según la areté, la excelencia de carácter, lo que después se tradujo como virtud, que tiene un significado menos preciso y más sinuoso puesto que está ligado a la fuerza y al varón. La vida buena es la vida prudente y virtuosa, la mejor vida posible que podemos alcanzar.
Como el ser humano es social por su propia naturaleza, ese ideal de vida buena sólo puede desarrollarse entre otros seres humanos, no podemos dejar de lado este aspecto, porque sin los otros no seríamos nada, sólo es posible la vida y el desarrollo de nuestras facultades con los demás. La virtud fundamental, que es la prudencia, el arte de saber lo que nos conviene, no puede descuidar a los otros.
"Si la felicidad sólo consiste en el acto que es conforme con la virtud, es natural que este acto sea conforme con la virtud más elevada, es decir, con la parte mejor de nuestro ser. Y ya sea ésta el entendimiento u otra parte, que según las leyes de la naturaleza parezca hecha para mandar y dirigir y para tener conocimiento de las cosas verdaderamente bellas y divinas; o ya sea algo divino que hay en nosotros, o por lo menos lo que haya más divino en todo lo que existe en el interior del hombre, siempre resulta que el acto de esta parte conforme a su virtud propia debe ser la felicidad perfecta, y ya hemos dicho que este acto es el del pensamiento y el de la contemplación."
Aristóteles: Ética a Nicómaco, libro X, capítulo VII.